Investigaciones

47 AÑOS DE LA MUERTE DE JOSÉ IGNACIO RUCCI / Ariel Palacios
LA CRÓNICA ANUNCIADA

El día en que lo iban a matar, José Ignacio Rucci decidió de nuevo ser un tipo pulcro. El parte climático no había adelantado tormentas para ese martes 25 de septiembre de 1973 y la camiseta blanca, el pantalón de vestir, los zapatos lustrosos, la camisa oscura, el saco a cuadros resultarían acordes a esa promesa de grises tímidos arriba, a ese tiempo algo fresco abajo, con que los diarios porteños venían insistiendo desde el domingo. El domingo del triunfo electoral del último Perón. Esa habilidad para encajar en las escenas, para explotar su papel de hombre simple y verba simple que salpica al poder con espuma de afeitar, lo había puesto en el centro de una época de fuegos cruzados.


De pregonero de un cine de pueblo a limpiador de tripas en un frigorífico en Rosario, de obrero metalúrgico en la Capital a secretario general de la Confederación General del Trabajo, elegido dos veces desde el invierno de 1970, mediaban treinta y seis de sus cuarenta y nueve años. Un lapso suficiente para aprender las reglas de un deporte peligroso y una conducción verticalísima, y peinarse con raya a la izquierda, y dejar caer un jopo, y retocar un siempre bigote.
De los mates que se había tomado a eso de las 10 de la mañana sólo le quedaba una sensación de saciedad, y el paladar pastoso en un mundo de placeres finales. "Ahora el fragor de las luchas ha pasado a convertirse en historia. La realidad de nuestros días es la unión, el trabajo y la paz. Por primera vez en 18 largos y sacrificados años se ha expresado sin limitación alguna, con absoluta soberanía, la voluntad popular", rezaba José Ignacio Rucci, hojas en mano, junto a esa mesa, en esa casa al fondo del pasillo que daba a la luz última del martes.
El petiso no estaba solo en la tarea. El coordinador de su equipo de prensa, Osvaldo Agosto, lo ayudaba a repasar el discurso que iba a dar frente a las cámaras de un canal de televisión que todavía no sabía cuál era.
Rucci seguía: "Ninguna sombra del pasado podrá interponerse ahora para que los argentinos marchemos unidos y solidarios, hasta la construcción de la Argentina potencia. Los trabajadores han contribuido a la liberación y a la modificación de las estructuras caducas, y la destrucción se ha operado no sólo en los aspectos materiales de lo que fuera una nación próspera y libre, sino en la conversión de una colonia empobrecida, dependiente, opresora e injusta".
No eran pocos los que pensaban parecido. Muchos formaban parte de los más de 7.300.000 votantes que, cuarenta y ocho horas antes, habían ungido a Juan Domingo Perón presidente de la República por tercera vez. Rucci estaba feliz por eso, por haber ganado con el General una partida de casi dos décadas de proscripción con el 61,85 % de los sufragios, y una serie de recursos usados contra propios y ajenos, en momentos en que lo propio y lo ajeno se habían confundido irremediablemente.
"Hubo un proceso distorsionador en el ámbito espiritual y cultural, cuyas consecuencias no han podido ser erradicadas del todo y aún las seguimos viviendo y soportando. Significa esto que a la recuperación plena del poder adquisitivo de los salarios, a la valorización del trabajo, a la creación de nuevas riquezas, es necesario agregar la pacificación de los espíritus, requisito indispensable para encarar un proceso de reconstrucción y la reconquista de los valores nacionales, cuya vigencia absoluta asegurará la elección de los mejores caminos para arribar al objetivo común", volvía a versar José Ignacio Rucci.
Ahí dentro, en los ambientes contiguos, un grupo de muchachos esperaba una orden para actuar, para ser de verdad la custodia de un líder sindical amenazado, habitando de incógnito una vivienda prestada. Allá afuera, la calle Avellaneda latía igualita a sí misma, con su doble mano, su ritmo comercial, sus veredas anchas, sus edificaciones más bien bajas, aunque con excepciones: esa construcción de tres pisos que ocupaba un colegio, o esa de cuatro con bruto tanque de agua, ambas en la acera norte, frente a esa otra desproporción de la cuadra: la casa de dos plantas con cartel rojo de "se vende", lindera al número 2953 donde un condenado leía lo suyo.
"Sólo por ignorancia o mala fe se pueden exigir soluciones inmediatas para problemas que fueron profundizados durante tantos años; no se puede apelar a la violencia rayana en lo criminal, en un clima de amplias libertades e igualdad de posibilidades; no se puede seguir abrigando ambiciones y privilegios, creando condiciones injustas, burlando las leyes, impidiendo o saboteando la consolidación de un proceso que ha sido aprobado por la mayoría del país. En este aspecto, los delincuentes comunes que se resisten a amalgamarse en una sociedad productora, son parangonables a los delincuentes políticos y económicos, empeñados en defender un estado de cosas que no puede seguir ya en vigencia".
El sol se acercaba al meridiano y en aquel punto del barrio porteño de Flores los malos presagios no contaban del todo, pero lo funesto de la jornada empezaba a suceder: en esos minutos un sobre con membrete de la Unión Obrera Metalúrgica, filial Rosario, llegaba a la sede central de la CGT guardando los dibujos en azul de un ataúd y del rostro de Rucci, y una leyenda que decía "día cero, hora X".
Después de la muerte de su guardaespaldas y chofer Osvaldo Bianculli, baleado en Chivilcoy el 14 de febrero de ese año, esta era la amenaza más puntual de la que nunca jamás tendría memoria el alcortense: en breve tiempo, cuando el sol hubiere de cagarse en Greenwich y los hombres en los gatillos, las razones aparecerían obvias, como veintipico de agujeros en una carne blanda.
"También en este aspecto resulta perniciosa para la Nación la subsistencia de pretensiones liberales injustas, como la acción de los grupos de ultraizquierda o derecha, que en los países hermanos contribuyen entre sí para abortar las posibilidades de una política popular. Nadie podrá negar que ahora las leyes se apoyan indiscutiblemente en el consenso mayoritario y, por tanto, no existe argumento alguno que justifique su incumplimiento. Sólo el acatamiento estricto de la ley nos hará realmente libres, pero el acatamiento deberá ser parejo, como parejas habrán de ser las sanciones a quienes pretenden seguir imponiendo sus convivencias sectoriales por encima de las necesidades auténticas de la comunidad", insistía José Ignacio Rucci.
Su esposa, Nélida Blanca Vaglio, la Coca, se movía por el lugar sin terminar de digerir esa rayuela riesgosa en que se había convertido la vida, con los bolsos siempre listos para saltar de un sitio a otro y seguir al marido, y encargarse de los chicos, Aníbal Enrique y Claudia Mónica.
En pocos días el varón estaría cumpliendo años y el toldo que habían mandado hacer en el patio, para festejar evitando cualquier mirada extraña desde afuera, marcaba hasta qué extremo los cuidados minaban lo cotidiano. Lo sembraban de sospechas y temores, de quince custodios y más de quince fierros. Pero su esposo no se detenía ahora en esos detalles, ocupado como estaba en pulir su discurso.
"Las leyes emanadas del gobierno del pueblo, elaboradas por los representantes del pueblo, habrán de regir la convivencia argentina, asegurar los derechos de todos para frenar cualquier acción ilícita y por lo tanto antinacional y antipopular. Sólo de esa manera se garantizará la paz y la unidad de los argentinos, y se cimientan las bases sobre las cuales las nuevas generaciones, nuestra maravillosa juventud, irá produciendo el indispensable trasvasamiento que la acercará al futuro y el logro de sus mejores destinos. Esa juventud comprende que la etapa de la lucha ha sido superada, y hoy el campo de batalla se centra en la reconstrucción hacia la liberación de la patria y la realización integral del pueblo. Este es el pensamiento de la clase trabajadora organizada".
A esa hora, un gusano se comía una manzana como si tal cosa; cincuenta tipos celebraban los mangos que les dejaba el Prode; Pablo Neruda era velado en el Chile que desde hacía un par de semanas controlaba a garrotazos Pinochet; tropas comunistas ocupaban bases gubernamentales en Vietnam y los ecos de un fin de semana de victorias se extendían al 1 a 0 con que el San Lorenzo de Rucci le había pasado el trapo a Huracán, con Chabay, Carrascosa, Larrosa, Houseman y el técnico Menotti incluidos.
También a esa hora Octavio Getino seguía abriendo el juego al frente del Ente de Calificación Cinematográfica, con el reconocimiento del progresismo al permitir la exhibición pública de películas como "Operación masacre", de Jorge Cedrón sobre texto de Rodolfo Walsh; "Estado de sitio", de Costa Gavras; "La naranja mecánica", de Stanley Kubrick; "Decamerón", de Pier Paolo Pasolini; o "La hora de los hornos", del propio Getino y Fernando Solanas. Quien no tenía esa suerte era Roger Moore: su agente 007 se permitía "vivir y dejar morir” sin atisbos de conflicto con las buenas conciencias.
No podían decir lo mismo los militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo, ilegalizados mediante decreto 1454 del Poder Ejecutivo, encabezado por Raúl Lastiri. Tampoco podían decirlo otros militantes, esta vez del peronismo, que achinaban los ojos desde las construcciones altas de Avellaneda al 2900.
"Debemos lograr el robustecimiento de la unidad latinoamericana y del Tercer Mundo, contra toda forma de imperialismos, la subordinación a las centrales continentales o internacionales, quienes sirven a la política imperialista de cualquier signo", leyó José Ignacio Rucci, y concluyó: "La reconstrucción de la Patria es una tarea común para todos los argentinos, sin sectarismos ni exclusiones. La liberación será el destino común que habremos sabido conquistar, con patriotismo, sin egoísmos, abiertos mentalmente a una sociedad nueva, para una vida más justa, para un mundo mejor".
En la vereda, un Torino rojo matrícula provisional E-75.885, pegada en papel en el vidrio trasero, aguardaba impecable junto a un par de autos más, mientras un tercero, que completaba la flota, permanecía estacionado sobre la mano opuesta. Los hombres fuertes de la CGT los harían bramar en instantes, pero sólo cuando Batman se guardara el disfraz y los muñecos de Plaza Sésamo fueran reemplazados por presentadores algo más sobrios, siempre en blanco y negro.
Más acá de las pantallas nada indicaba movimientos extraños. Aníbal estaba en la escuela y Claudia en su rol de actriz del clan Romay; la Coca evitando pensamientos trágicos; Buenos Aires en su sitio, luminosa contra todo pronóstico.
-¿A qué canal vamos? -preguntó el petiso.
-Al trece -le informó Osvaldo Agosto, y el trece no significó gran cosa.
Un teléfono sonó en esos segundos, porque un llamado, se sabe, puede salvarnos de la muerte, pero esta vez no. En el remolino Rucci volvió a ser el jefe:
-Osvaldo, vos andá en el auto de adelante que yo te sigo. Y Osvaldo enfiló por el pasillo.
El secretario general se demoró el tiempo necesario como para que su adiós no se notara y recorrió los últimos metros de una historia de ascensos, ortodoxia, violencias, peronismos. La numerosa custodia lo dejó salir primero y solamente dos de sus fieles, Abraham Muñoz y Ramón Rocha, habrían de relatar cómo es la sensación esa de los perdigones metiéndose en el cuerpo.
Cuando José Ignacio Rucci se asomó a la ciudad, cuando buscó la puerta del Torino rojo, el restito de vida que le quedaba mutó en puro estampido. Eran las 12:10 horas de un 25 de septiembre de 1973 y alguien tragó saliva desde lo alto. Tanto quedaba atrás, y de tal forma, que al país de la sangre urgente no le interesaba verlo.

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Imagen: Archivo Postales

Fragmento de “Combatiendo al Capital. Rucci, sindicatos y Triple A en el sur santafesino”, de Ariel Palacios y Jorge Cadús (EMR Ediciones, Rosario, 2009)



Ariel Palacios: Escritor y periodista nacido en Alcorta en 1973. Es licenciado en Comunicación Social (UNR, 2002). Colaboró con el Instituto Gino Germani (Facultad de Ciencias Sociales, UBA) en una investigación sobre el impacto de las políticas de los años 90 en los pueblos rurales de la pampa húmeda. Desde el año 1997 dirige la Revista Postales (Alcorta), y es redactor del periódico Prensa Regional. En televisión, obtuvo los premios ATVC 2001 y ASTC 2003 por "Audiencia debida. Crónicas del sur" (Cablevisión Alcorta / Sacks Paz Televisora); y el Premio Juana Manso 2011 por "Estación Sur", en las mismas emisoras. En 2003 publicó "Historias a campo traviesa. Sangre, soledades y fuegos en la Argentina rural" (Tropiya / UNR Editora) y en 2009 "Combatiendo al capital. Rucci, sindicatos y Triple A en el sur santafesino" (Editorial Municipal de Rosario), en co-autoría con Jorge Cadús.