Crónicas

NUEVO DISCO DE JORGE FANDERMOLE / Jorge Cadús
CANCIONES ENTRE REDES Y APAREJOS

Cuando los años 80 recién despuntaban un puñadito de certeras esperanzas, antes del malón rosarino invadiendo la capital del mapa -sintetizados en la voz y el cuerpo de Juan Carlos Baglietto- había ya una larga historia latiendo en los arrabales de esta ciudad portuaria. Y con ese pulso moroso y urgente nacieron canciones marrones, mezcla rara de tango gris, chacareras rengas y candombes melancólicos con tímidas zambas enredadas en la furia del rock. Junto a Baglietto, un puñado de compositores y cantantes se encargaban de ponerle letra y música a esa historia cotidiana englobada bajo el nombre de Trova Rosarina. Entre ellos, el hombre nacido en Andino, Jorge Fandermole, que en estos días estrena disco doble: veinticuatro canciones donde -como en el río- viajan los fulgores de días remotos y perdidos; y la búsqueda ardiente de una tierra sin mal todavía por ser.


COBIJOS
"Pinta la noche y con rigor de artista / clava en lo negro su trama puntillista / para que los pobres, los desamparados / tengan el cobijo del cielo estrellado". Así abre "Fander", el nuevo disco doble de Jorge Fandermole editado por el sello independiente entrerriano Shagrada Medra.
Pasaron nueve años desde su trabajo anterior, "Pequeños Mundos", y 30 años desde la aparición de "Pájaros de fin de invierno", su primer producción discográfica. Poquito tiempo antes de aquel debut -editado por el sello EMI- su voz y sus acordes se prendieron de la memoria popular en el "Rosario Rock 83", donde quedaron registradas "Candombe de la azotea" y "Tema del vino". Es precisamente esta última canción una de las elegidas en este retorno al ruedo discográfico donde el cantautor entrega, por un lado, un repaso por composiciones remozadas de sus primeros álbumes; sumado a trece canciones nuevas.
Marcelo Stenta en guitarra, Fernando Silva en bajo, contrabajo y violoncello, la percusión en manos de Juancho Perone y la sutileza de Iván Tarabelli en instrumentos digitales (encargado también de la mezcla y masterización del material) conforman una base ajustada e imponente desde donde construir este puñado de canciones. Se suman Carlos Aguirre en piano, flauta baja e instrumentos digitales; Julio Ramírez en acordeón; Luis Barbiero en flauta; José Piccioni en percusión y las voces de Carlos Pino, Julián Venegas y Lucas Heredia.

Un álbum doble que reafirma la personalidad única de Fandermole en el mapa musical de estos arrabales. Y lo confirma como referencia insoslayable.
Cuando sobre mitad del año que pasó terminábamos de dar forma al documental "La canción de nosotros", sobre la identidad musical de los pueblos del sur santafesino, a la hora de citar referencias el nombre de Jorge Fandermole se repetía en los testimonios. Un cobijo seguro en mitad de tanto golpe y achatamiento musical. Una presencia construida a lo largo de los últimos 30 años, a partir de las canciones -sin dudas- pero también sostenida en la actitud del cantautor nacido en Andino.
Una manera de estar, de ser, que lo liga al paisaje y al devenir de la región.

LUGARES Y PERSONAS
El primero de los dos discos presenta nuevas composiciones; todas inéditas a excepción de "Hispano", que cuenta ya con una versión del dúo Baglietto-Vitale; y en las que la vida cotidiana puede tutearse con la memoria ancestral y el futuro todavía por ser. A la citada "Alunados", que abre el álbum, le sigue la bellísima "Yarará", juego de sonidos y heridas, de quemazones y destinos marcados ("cada cual lleva su estigma, cada cual su sinrazón, / en mí el rumbo que me signa y en tu ser la condición / de lo vano y de lo pleno, y en plena casualidad / me desvivo y me despeno en tu veneno, yarará"); y la enorme canción de amor y destiempos: "Mala hora", donde un tímido vaivén arrastra -oleaje y ausencia- las voces intuidas o deseadas.
Las potentes "Aquí está la Marcha" -en el camino del "Candombe de la Azotea"- y "Chamarrón de Proa" marcan el pulso personalísimo de Fandermole, en un diálogo fluido de ritmos y colores musicales ("La chamarra que nunca respeta las fronteras / -don Aníbal, ¿no es así?- / hoy pide permiso para regresar a tierra guaraní…").
Se sabe, los lugares son como las personas que los habitan. Y el recorrido musical del cantautor por este arrabal que tiene su corazón en el Litoral se abre también a los nombres propios. Y allí descansan las melodías de los afectos: "La Luna y Juan", dedicada a esos artistas exquisitos que son Luna Monti y Juan Quintero; esa dulcísima y emocionante "Agua dulce", que reúne la memoria de Chacho Muller, Aníbal Sampayo y Miguel Martínez, a la que se suma la voz de Carlos Pino; "La Rosa Díaz" y "Corazón de bombisto" -compuesta en colaboración con Marcelo Stenta- dedicada a Raúl Carnota.
Con la complicidad del propio Carnota, Fandermole entrega también esa profunda declaración de principios titulada "La luminosa": "Como luz que llega tarde / de un terrón ya oscurecido / hago coplas que me alarguen / la luz cuando me haya ido. / Me habrá elegido una estrella / para ser un fulgurante, / hijo breve que destella / entre dos noches gigantes".
El primer álbum se completa con "Cantar del viento" y "El viejo y el río", una nueva mirada sobre la gente del río, esos hombres con corazones torrentosos, doblados de remos, quemados de río y aguaceros. "El agua tira al cielo / o tira al fondo como nuestra sangre; / la vida es sólo un vuelo / fugaz entre crecidas y bajantes…", canta Fandermole.

UNA MEMORIA ARDIENTE
Las nuevas canciones que componen "Fander" se inscriben, eludiendo el anzuelo de las etiquetas fáciles, rompiendo las redes de los límites de géneros y tradiciones, en la historia musical que recorre el segundo disco del reciente álbum.
Allí, el cantautor recobra para estos días canciones necesarias, olvidadas por el aparato de la industria discográfica, pero acunadas pertinazmente en la memoria musical de una región.
De su primer disco, "Pájaros de fin de invierno", Fandermole recrea su clásico "Rio Marrón" -certeramente elegido para abrir este recorrido-, el nocturno e intimista "Tema del vino", y una dulcísima y azul versión de su "Zamba de lo perdido".
Desde 1985, de su segunda producción discográfica para el sello EMI, "Tierra, sangre y agua", relucen -frescas, inconmovibles- "Canción de navegantes"; "Imagen de pueblo" y "La ausentadora".
El disco se completa con cuatro canciones de "Primer toque", uno de los discos imprescindibles en el mapa de la música popular. Grabado para el sello Melopea, en 1988, reeditado en 2002, esa producción reunió a Fandermole con el genial guitarrista peruano Lucho González, y los laderos de siempre: Juancho Perone e Iván Tarabelli. De ese registro, el recorrido pasa por "Coplas para la tejedora", "Carcará"; "Puerto Pirata" y la estupenda "Vidala de las estrellas". En estas tres últimas canciones, los arreglos incorporan motivos y desarrollos de sus primeras versiones, como "un expreso reconocimiento al querido Lucho González".
De su álbum "Mitologías" (de 1989, también para Melopea) Fandermole despierta una increíble canción de amor de las bestias, la sumerge en un sonido clásico y moderno, y lo titula "Lia": "bestia del alma mía, animal / inconsolable que me mira / desde la oscuridad; / fría delicia de las manos puestas sobre el lugar / preciso en que el alcohol de la tormenta se destila".
Son once canciones actuales, vigentes, imperiosas y precisas.
Itinerario de una memoria quemante de canciones.
Porque se sabe, también, que debajo de las cenizas del tiempo y la maquinaria impuesta del olvido, la brasa siempre sigue ardiendo.

EL CENTINELA DEL RÍO
Con su sello propio, con una marca en el orillo inconfundible, las nuevas canciones de Fandermole pueden ubicarse -sin dificultad- en el mapa de lo que todavía hoy sigue rotulándose como Trova rosarina. Una etiqueta que es producto muchas veces de la comodidad, pero también de la dificultad para definir una identidad musical propia de estos arrabales, nacida en la segunda mitad de la década del 70 en una ciudad portuaria, metalúrgica, obrera, desaparecida, saqueada, privatizada y vuelta a saquear. Y desde esa complejidad económica y social, dieron cuenta las canciones multiplicadas en los barrios, en los encuentros casuales, en las peñas, en los proyectos culturales.
Fue la propia cantante Liliana Herrero quien definió que el origen de esas primeras canciones puede rastrearse "en el encuentro del Cuchi Leguizamón con Luis Alberto Spinetta. Y a eso hay que sumarle la presencia de Rodolfo Chacho Müller".
Esa presencia de Rodolfo Chacho Müller terminó de construir, en aquellos jóvenes músicos y cantores de la ciudad puerto, una mirada acunada por historias de río, bordada en las vidas cotidianas de los personajes ribereños, "esa gente parca pero buena", como la definía el mismo Müller, que se bajaban un cajón de cerveza en el Boliche de La Rusa, frente a frente, envueltos en el humo de los cigarrillos La Hija del Toro.
Muchas de las canciones de lo que será la trova nacerán mecidas por esa presencia del agua. Incluso más allá de cauces: como geografía social, política, histórica y emocional.
La extraordinaria intérprete Liliana Herrero ha definido que "esa presencia del agua está fundamentalmente en la obra de Jorge Fandermole, y en Fito Páez. Me parece que es una metafísica del río y del devenir de las cosas. Y la presencia enorme del río en Rosario, que es una ciudad que no le da la espalda".

El mismo Jorge Fandermole amplía aquella íntima relación entre paisaje y poética: "Adhiero a una forma primitiva de pensamiento, muy vital, que es que nosotros pertenecemos al lugar en el que estamos instalados y que de ese lugar dependemos en muchos sentidos: físicamente del suelo, del aire y del agua, como entes biológicos; pero además como entidades espirituales desde el punto de vista de esa otra manera de ver el mundo, que en mi caso pasa por lo artístico y se sustenta en el río", sostuvo hace algún tiempo atrás el cantautor hablando del Río Paraná, ese otro "animal de barro que huye" que supo hacer pie en una canción dedicada al Carcarañá.
Ese río, el Paraná, el pariente del mar, "es un sustento simbólico de generar ideas artísticas, es un elemento fundador, desde el punto de vista de la conciencia y del mundo. El paisaje te va configurando, estructurando tu manera de ser, de pensar. Y no es una mera cuestión de palabras, porque el paisaje que te rodea te da tu idea de universo. En el caso del artista te ayuda a configurar una poética, es una forma de situarse y de ver las cosas desde un lugar", ampliaba Fandermole. Y reafirmaba su idea de que "el arte siempre va a tener un soporte en el ambiente. No surgiría la misma poética en la costa de los ríos muertos, como el Rin, y en la costa del Paraná, río que ofrece sus posibilidades, sus dones, que tiene peces y vegetación. Habría otra forma de poética, pero no ésta".

HIJOS DEL AGUA DULCE
No se hace difícil pensar a Fandermole rodeado de gente parca, pero buena, cerveza por medio en el Boliche de La Rusa, acompañado de sus fieles laderos Stenta, Silva, Perone y Tarabelli.
Y frente a ellos, envueltos en el humo de los cigarrillos La Hija del Toro, en charla andante y metafísica, don Aníbal Sampayo, el Zurdo Martínez y el mismo Chacho Muller desandando sus canciones de agua dulce.
Esas fábulas de valientes pescadores en contienda y reconciliación permanente con el río. Novelas de caballeros andantes que tienen las costas, los barcos y sus cruces como paisaje. Puertos Piratas donde descansan los bucaneros que sueñan con oro y muerte. Amores lacrados por alguna barcaza morosa y puntual. Lagunitas interiores de tinta china plateada por lunas enteras de ausencias. Cantos de aire arrastrando penas; pulsos amasando barros y estrellas. Botecitos en la bruma de la infancia. Senderos de tintos ríos que abren sus ventanas rojizas para espiar lo que fue, lo que pudo ser, lo que ya no será.
Redes abrigando lluvias donde hay peces que tiran y tiran.
Canciones como tímidos veleros desgarrados por fantasmas que vagan, atados a su destino navegante, tras la pista de la gran ballena blanca.
Porque, claro: "son del agua nuestros hijos, / flores del camalotal. / Lo que se derrame al río / en su sangre quedará…"

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Imagen: Héctor Rio (Revista 32 pies / 2012)



Jorge Cadús: Es periodista. Es redactor y editor del periódico El Prensa; y columnista de varias páginas web de noticias. Forma parte del grupo fundador del Proyecto de Comunicación Alapalabra, de Madres de Plaza 25 de Mayo de Rosario. Es autor de "Postales de un desierto verde" (Tropiya ediciones, 2004); "Un tiempo ayer ceniza. Historias de la dictadura en el sur de la provincia de Santa Fe" (EMR, 2006) junto a Facundo Toscanini; "Combatiendo al capital. 1973-1976. Rucci, sindicatos y Triple A en el sur santafesino" (EMR, 2009), en colaboración con Ariel Palacios; "La Transa. Crónicas del narcotráfico" (Grupo Editor Postales, 2015); "Los días que vivimos en peligro. La destrucción del trabajo en la región 2015/2018)" (La Chispa, 2018) y "Alcorta: La ciudad invisible" (Grupo Editor Postales, 2019). Obtuvo dos veces el Premio Ciudad de Rosario por estos trabajos. En TV fue director periodístico de "Audiencia Debida. Crónicas del sur"(2000/2002); "Estación Sur. En los rieles de la Patria" (2010/2011) y "Tercer Tiempo. El relato salvaje" (2013/2015); todos en la señal Cablevisión Alcorta / Sacks Paz Televisora. Por esos programas obtuvo los premios ATVC 2001 y ASTC 2003 como mejor programa periodístico; y el Premio Juana Manso 2011 por su abordaje de las problemáticas de género. Desde el año 2006 a la fecha ha dictado en numerosas escuelas de la zona charlas y talleres abiertos sobre el terrorismo de Estado en la región. En el 2011 fue distinguido con el Premio Regino Maders por su trayectoria periodística y su compromiso militante.